Conforme se acercan las fiestas navideñas, ante el deseo de paz, unión y felicidad para todos, quedan más patentes las carencias de muchos, nos vamos volviendo más sensibles a las necesidades ajenas y emerge con más fuerza el deseo de ayudar.
Desde mi punto de vista, aún contando con la mejor intención, ayudar no es fácil. Anthony de Mello lo expresaba con mucho acierto y sentido del humor:
- "¿Qué demonios estás haciendo?", le pregunté al mono cuando le vi sacar un pez del agua y colocarlo en la rama de un árbol.
- "Estoy salvándole de perecer ahogado", me respondió.
- "Estoy salvándole de perecer ahogado", me respondió.
Considero que el altruismo es un hermoso gesto humano que siempre vale la pena favorecer pero también entiendo que no está de más que vaya acompañado de un poco de reflexión para que ayudar resulte realmente de ayuda.
Una antigua leyenda cuenta que “cierto día, un sabio visitó el infierno. Allí, vio a mucha gente sentada en torno a una mesa ricamente servida. Estaba llena de alimentos, a cada cual más apetitoso y exquisito. Sin embargo, todos los comensales tenían cara de hambrientos y el gesto demacrado: Tenían que comer con palillos; pero no podían, porque eran unos palillos tan largos como un remo. Por eso, por más que estiraban su brazo, nunca conseguían llevarse nada a la boca.
Impresionado, el sabio salió del infierno y subió al cielo. Con gran asombro, vio que también allí había una mesa llena de comensales y con iguales manjares. En este caso, sin embargo, nadie tenía la cara desencajada; todos los presentes lucían un semblante alegre; respiraban salud y bienestar por los cuatro costados. Y es que, allí, en el cielo, cada cual se preocupaba de alimentar con los largos palillos al que tenía enfrente.”
Hace un tiempo, asistí a un taller de crecimiento personal en el que el facilitador nos propuso escenificar, entre todos los asistentes, la idea del cielo que describe este cuento. Tuvimos que disponernos en círculo alrededor de un cesto lleno de tarjetas de colores que representaban alimentos y con unas varillas preparadas para el juego, teníamos que alimentar a los demás y permitir que otros nos alimentasen. Además, a algunos participantes se les había informado sobre algunas características que debían incorporar al papel que representaban y que los demás desconocíamos. Por ejemplo, algunos “no tenían dientes”, otros “eran alérgicos a algún alimento”, etc… Al final debíamos lograr sentirnos bien, estar alegres y, por supuesto, bien alimentados. Al realizar esta dinámica aprendí muchas cosas sobre el arte de ayudar que hoy quiero compartir contigo:
2.- También aprendimos a interesarnos por el otro antes de intentar ayudarle. Resultó muy impactante ver como alguien con todo entusiasmo acercó a la boca de otro compañero una tarjeta que representaba un gran pastel y, sin embargo, fue rechazado pues esa persona estaba en el papel de “diabético”. Comprendimos que todo el esfuerzo realizado y toda la ilusión invertida en ese gesto no solo no servía sino que podía haber sido lesivo, solo por no haber indagado antes sobre las verdaderas necesidades y los deseos de quien iba a recibir la ayuda. En este punto el coordinador del grupo nos animo a reflexionar sobre las motivaciones de nuestro deseo de ayudar, invitándonos a responder a las siguientes preguntas: ¿Qué busco con este gesto altruista?, ¿Admiración, control, sentirme bueno o importante, quedar bien o deseo, desinteresadamente, el bien del otro?, ¿Estoy poniendo por delante sus necesidades o mi propio interés? Aún cuando haya una mezcla de motivaciones, es importante ayudar, pero partiendo del interés real por el otro, su circunstncia y sus prioridades.
3.- El tercer punto que quedó claro es que era necesario ayudar en el momento adecuado para el que es ayudado y no cuando le fuera bien a quien ayudába. Pues sucedió que un participante se encontró que tras haber logrado coger con mucho esfuerzo una tarjeta que representaba un humeante tazón de sopa, se lo ofreció a alguien que estaba realizando, “por motivos religiosos, unos días de ayuno”. Una y otra vez vimos clara la necesidad de observar, preguntar, interesarnos por el otro para así poder ofrecerle lo que realmente necesitaba y en el momento adecuado. Por mucho que deseemos ayudarle a volar, una oruga necesita su tiempo dentro del capullo para transformarse en mariposa. Lo prioritario es la necesidad del otro y no nuestra necesidad de ayudar.
4.- También nos dimos cuenta que cada uno de nosotros formábamos parte del grupo y eso quería decir que no sólo teníamos que ayudar a comer a los demás sino que teníamos que permitir que otros nos ayudasen. Aquí, uno de los compañeros compartió este cuento de Bruno Ferrero que ilustra muy bien este punto: “Un padre estaba observando a su hijo pequeño que trataba de mover una maceta con flores muy pesada. El pequeño se esforzaba, sudaba, pero no conseguía desplazar la maceta ni un milímetro.
- “¿Has empleado todas tus fuerzas”, le preguntó el padre.
- “Sí”, respondió el niño.
- “No”, replicó el padre. “Aún no me has pedido que te ayude”.
Considero que, aún con la ayuda de los demás, poco se logra, si no empiezas por ayudarte a ti mismo. Pero en ocasiones, ayudarte a ti mismo supone, dejarte ayudar.
6.- Además, también descubrimos talentos particulares que quedaron expuestos al trabajar en equipo por el bien común. Algunos iban coordinando las acciones, otros ofrecían ideas para manejar mejor las varillas, otros iban recopilando lo que íbamos aprendiendo, otros animaban y alentaban a los demás cuando se cometían errores, etc… Ayudando nos ayudábamos a nosotros mismos. Ibamos encontrando nuestro sitio y nuestra función dentro del grupo. Como dice Jorge Bucay, “el verdader amor no es otra cosa que el deseo inevitable de ayudar al otro para que sea quien es”
7.- Entendimos que nadie sale adelante solo sino que otros tienen que hacer bien su labor para facilitarnos nuestro bienestar. En otro momento del taller nos invitaron a descubrir esa trama de colaboración en la vida de cada uno y sentimos brotar agradecimiento por tantas personas que, de una forma u otra, estaban ayudándonos a tener una vida más grata. Fue ahí dónde escuché por primera vez la historia de la gestación del famoso cuadro “Manos” del pintor alemán Alberto Durero, que puedes escuchar en este audio:
En las conclusiones finales de la jornada, todos coincidímos en que el activar esa capacidad humana de salir de uno mismo para ayudar a otro nos generaba un sentimiento reconfortante. La clave principal es llegar a considerar los intereses de otro como tus propios intereses. Algunos neurólogos afirman que la ayuda desinteresada, enciende una parte del cerebro que está vinculada con la sensación de placer. Por otra parte, tener algo que ofrecer, mejora la autoestima y el apoyo mutuo profundiza y fortalece los vínculos sociales. Desde mi experiencia creo que cuando te sientes útil, por mucho que hayas entregado, te llevas más. Y te sientes pleno. En esta escena de "El Rey Pescador" (Terry Gilliam, 1991), una de mis películas favoritas, queda expresaba de una forma sencilla y poética, el profundo significado de la capacidad humana de ayudar:
Gracias por tu atención. Estaré encantada de leer tus comentarios. Abrazos y hasta pronto.
Pepa Arcay
Coach personal
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Excelente artículo Pepa, gracias por compartir.
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