En un relato de la tradición hindú se cuenta de “un hombre que tenía
un hijo al que amaba profundamente. Por algún motivo se vio obligado a viajar y
tuvo que dejar a su hijo en casa. El niño tenía ocho años y su padre lo amaba
profundamente.
Habiéndose enterado de la partida del dueño de la casa, unos
bandoleros aprovecharon su ausencia para entrar en ella y robar todo lo que
contenía. Descubrieron al jovencito y se lo llevaron con ellos, no sin antes
incendiar la casa.
Cuando el padre regresó a su hogar se encontró con la casa
derruida por el incendio. Alarmado, buscó entre los restos calcinados y halló unos
huesecillos, que dedujo eran los del cuerpo abrasado de su hijo. Con ternura
infinita, los introdujo en un saquito que se colgó al cuello, junto al pecho,
convencido de que aquéllos eran los restos del niño.
Tiempo después, el hijo
logró escapar de los perversos bandoleros y, tras poder averiguar dónde estaba
la nueva casa de su padre, corrió hasta ella e insistentemente llamó a la
puerta.
¿Quién es? -preguntó el padre.
Soy tu hijo -contestó el niño.
No, no puedes ser mi hijo -repuso el hombre, abrazándose
al saquito que colgaba de su cuello-. Mi hijo murió.
No, padre, soy tu hijo. Conseguí escapar de los
bandoleros.
Vete, ¿me oyes?
Vete y no me molestes -ordenó el hombre, sin abrir la puerta y aprisionando el
saquito de huesos contra su pecho. Mi hijo está conmigo.
Padre, escúchame;
soy yo.
¡He dicho que te
vayas! -replicó el hombre-. Mi hijo murió y está conmigo.
Y no dejaba de abrazar el saquito de huesos.”
Aunque el relato
guarda un sentido metafórico, lo cierto es que más de una vez, como el
protagonista del cuento, yo también he llegado a negar la realidad creyendo equivocadamente
que un vínculo afectivo estaba muerto o muy deteriorado. Y he sufrido
innecesariamente por encerrarme en una historia dolorosa que solo estaba
sucediendo en mi imaginación. Reconozco que, en ocasiones, el apego ciego a un
pensamiento, con sus nocivas consecuencias, me ha pasado inadvertido. La honesta verdad, esperando sosegadamente
en mi interior, ha quedado oculta tras la densa nube de una creencia no
cuestionada.
También he comprobado
que no son los pensamientos quienes se aferran a mi sino yo a ellos. Lo hago
cuando los convierto en creencias inamovibles o cuando, luchando contra
ellos, trato de eliminarlos sin
ofrecerles comprensión.
Cuando me atasco de
esa manera en alguna historia dolorosa, luego compruebo que, mientras soy
inconsciente de ello, suelo separarme del ahora, incluyendo personas y
situaciones, quedarme bloqueada en mis pensamientos sobre el pasado o el
futuro, a la defensiva, tensa y negativa. Y aún cuando en la superficie
aparezca frustración, enfado, rabia o tristeza, debajo supura un
doloroso miedo.
La buena noticia es que aunque, por
distracción, aún sigo tropezando con estas piedras también voy consiguiendo
evitarlas. He aprendido a
cuestionar mis pensamientos, a descubrir qué emociones los acompañan, a
detectar a qué actos me impulsan y a dejarme guiar, únicamente, por los que son
verdad para mi corazón en paz. Cuando
logro darme cuenta y mantengo abierta mi mente, me siento, sobre todo, en
armonía con el momento presente. Y mi corazón sale contento a abrazar la
realidad recordando así que estoy unida a ella.
Me ayuda mucho recordar que continuamente estoy dando
un particular significado a todo lo que sucede. Y que son
esas ideas, esos juicios, esas valoraciones las que generan lo que siento. Cuando
crep que son los demás o determinadas situaciones las que me traen sufrimiento
solo veo el camino de intentar convencer y controlar para producir un cambio
fuera de mi. Pero ese intento me deja en manos de los demás como víctima
impotente. Cuando recuerdo que la raíz de mi malestar empieza en mi
interpretación de la realidad se abre un gran campo de acción bajo mi
responsabilidad.
Para rastrear el pensamiento perturbador suelo poner por
escrito la descripción de los hechos y luego completo estas frases: “Y eso para
mi significa que…” o “E interpreto que eso quiere decir que…” Hacer este
ejercicio por escrito me ayuda a tomar distancia de lo que pienso y así me
resulta más fácil comprender que esas valoraciones no son mi identidad. Como
poco soy el campo de conciencia dónde tienen lugar ess ideas. De esta forma me
resulta más fácil cuestionarlas.
Seguidamente paso a comprobar si realmente
ese punto de vista es verdadero para mi, aquí y ahora pues a menudo mantengo
creencias que fueron verdaderas en el pasado o en otras condiciones o con otras
personas y las proyecto al presente sin cuestionar su
veracidad actual.
Por eso también suelo preguntarme si, en este momento, puede
haber otras maneras de contemplar la situación. Y entre esas perspectivas
alternativas siempre incluyo mirar la realidad más allá de cualquier juicio
sobre ella. ¿Qué sentiría, cómo lo
viviría, qué haría, cómo respondería si …? Sucede que cuando acepto recibir el
ahora tal como se presenta, sin juzgarlo, cada momento me muestra un puente
para unirme en paz a lo que es.
Cuando doy por buena una creencia, sin
investigarla conscientemente, y ésta no
coincide con lo que está sucediendo, me siento mal. La vida es continuo cambio. Cuando intento atraparla en
una estática y personal idea de lo que debería ser, me alejo de la realidad. Y
si considero mi punto de vista inamovible quedo prisionera de él y del
sufrimiento que me genera. Así que también tengo muy en cuenta y registro en mis notas los cambios de mis
emociones cuando estoy afrontando la realidad desde el marco de unos
pensamientos u otros. Intento ver muy claro lo que me aporta cada creencia y
hacia qué tipo de conductas me impulsa.
A veces comprendo que estoy deseando tener razón como si
en eso me fuera la vida. Sin embargo, la tensión que requiere ese esfuerzo me
termina agobiando y me permite ver con claridad que lo que realmente deseo es
sentirme serenamente en paz. Liberarme en vez de mantenerme encerrada, abrazar
en vez de rechazar, unirme en vez de separarme y amar en vez de temer.
Es un trabajo personal que tiene que ver con la soberbia
de creer que tengo la información suficiente para juzgar, especialmente cuando
al rastrear los pensamientos me encuentro escribiendo frases que empiezan por
“el o ella deberían ser así, o deberían hacer tal cosa…” o “esto no debería
estar pasando…”.
En este sentido me ayuda releer algo que escribí en “Lo que el corazón quiere contemplar”: “Si miras el camino que has ido dejando
atrás, comprenderás que infinitos son los elementos que han posibilitado tal
caminar. Infinito el caudal de energía desplegándose en luces y sombras,
dimensiones, rumbos y geometrías. Infinita vida haciéndose y deshaciéndose para
ir tejiendo la singular trama de tu laberinto vital. Tras esta contemplación
puedes entender que desde la puntual e individual perspectiva no hay suficiente
visión para determinar qué es digno de amor y qué no merece tal distinción. Así
puedes llegar a comprender que para seguir creciendo tienes que confiar en la
inteligencia de tu corazón, que es potente energía que convoca a la
integración.”
Así, atreviéndome a cuestionar mis
pensamientos, voy deshaciendo ese apego ciego a ellos y logro abrir mi mente lo
suficiente para tener en cuenta lo que está diciendo mi corazón. Entonces
recurro a la quietud. Confío una vez más en que siempre
hay más de una forma de percibir cada situación y decido asomarme a aquella que
surja de mi más profunda paz. Así que busco un lugar tranquilo y silencioso dentro y
fuera de mi.
Comienzo relajando las tensiones que localizo en mi cuerpo, voy
llevando mi respiración a un ritmo sosegado y profundo y busco la calma que hay
en lo más hondo de mi conciencia. Es la paz que ya había cuando era un bebé y
existía sin más. Es una sensación que cuando la buscas por un instante, simplemente
en el ahora de cada respiración, brota naturalmente.
En este punto es cuando, con frecuencia, siento como si
algo cediera en mi interior, como si se hubiera deshecho una resistencia. Es
como si cambiase una disposición interna. Paso de estar contraída por temor
dentro del caparazón de mis juicios a entregarme con inocencia a lo que es, en
ese presente.
Cuando alcanzo esa vibración vuelvo al tema que estaba
afrontando conflictivamente y con ánimo de expandir mi percepción de ese asunto expreso en silencio la siguiente afirmación: “Confío en la inteligencia de mi corazón donde encuentro conocimiento y
efectiva disposición para, aquí y ahora, vibrar en sintonía con todo lo que es
y encontrar creativos cauces de acción desde la paz y la libertad de ser.”
Y
me mantengo en silencio, con confianza hasta sentirme en paz con esa situación. A veces encuentro cauces de acción concretos, a veces
simplemente dejo de necesitar responder ante esos hechos o intuyo una
comprensión no traducible en palabras pero sí en un bienestar interior.
Lo que
suelo comprobar después es que las primeras reacciones surgidas de la
resistencia provocan más y más resistencia dentro y fuera de mi mientras que lo
surgido tras la entrega consciente genera fluidez, coincidencias y apoyos
inesperados. O una aceptación tranquila cuando no aparecen cauces posibles de
acción.
No siempre logro completar estos pasos que hoy
he querido compartir contigo pero los momentos felices en que sí lo consigo me
llevan a pensar que quizá “para
comprender la vida primero hay que amarla”. Bajo
los duros juicios puede haber semillas
de amorosa percepción esperando brotar. Y está en nuestra mano permitir que les alcance la claridad de la comprensión,
la cálida luz que emana de la inocencia
en nuestro corazón.
Gracias por tu atención. Estaré encantada de leer tus
comentarios. Abrazos y hasta pronto.
Pepa Arcay
Coach personal
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¡Ojalá fuera posible deshacerse de los pensamientos que no dejan vivir con sosiego el presente! Sin embargo, cuando el presente hace imposible dejar de lado dichos pensamientos o creencias, todo deja de tener sentido.
ResponderEliminar¡Qué dicha la de aquella persona que pueda quitárselos de encima!
¡Qué fortuna la de no tener dichos pensamientos y creencias!
Abrazos.
Hay unas flores de Bach para los pensamientos recurrentes y que tortura y ayudan a que veamos con otros ojos la realidad que creamos.
ResponderEliminarme gustaria saber cuale son las flores de bach para tranquilizar la mente
ResponderEliminarMuchas gracias
ResponderEliminarQueremos cambiar lo exterior y eso no nos deja en paz
Acepto que tengo miedo,pero dejo de luchar contra lo que no se puede cambiar