sábado, 9 de diciembre de 2017

Ver la luz que ya somos

Cuando empieza a respirarse en el ambiente el espíritu navideño, me gusta recordar este microrelato titulado “El mundo”, incluido en “El libro de los abrazos” de Eduardo Galeano:

"Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. 

A la vuelta contó que había contemplado desde arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.

-El mundo es eso -reveló- un montón de gente, un mar de fueguitos.

Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende"

Y es que esta época del año, con sus tradiciones y ritos sociales, culturales y religiosos, creo que da cauce a un anhelo humano de contemplar la vida desde otras perspectivas más elevadas. Puntos de vista que, aún percibiendo las diferencias, nos permiten también descubrir aquello que nos une.

Por eso, llegadas estas fechas, me gusta recordar al hombre de Neguá y ensayar esa mirada suya. Mirada que, según entiendo, solo se concentra en esa llama de vida que a todos nos habita y se expande con nuestro latido.

Tratando de imaginar ese “mar de fueguitos” que propone Eduardo Galeano me suelo embarcar en un ejercicio que consiste en dejar que vayan apareciendo en mi mente recuerdos de personas, estimadas o no, esforzándome por descubrir en cada caso, únicamente lo que creo que esos seres aman, lo que les motiva, apasiona y convoca a la acción. Aquello que les ayuda sentirse ardientemente vivos.

Los imagino crepitando con sus diferentes tipos de llamas todas ellas impulsadas por el aliento de vida que nos sostiene. Cuando reconozco el amor de ese padre por su hijo, de ese joven por su vocación, de esa ciudadana por su comunidad, de ese religioso por su fe o de esa mujer por la persona amada, por ejemplo, aunque mi mente no comprenda sus ideas, mi corazón sintoniza con la vibración de esos afectos. Y puedo unirme a todos ellos en esa chispa de humanidad que nos hermana. La vida dándose a luz una y otra vez. Cada ser humano, en su pasión, brillando con su propia luz.

Esta práctica transforma lo que siento hacia ellos. Logra que se amplie mi campo de resonancia empática. Y me lleva a reconocer mi propia llama interior. Repaso entonces mis afectos, mis pasiones, mis motivaciones, mis talentos y todo aquello que arde dentro de mi buscando cauces de expresión y expansión. Veo así mi diferencia y también el impulso vital que me une e iguala a toda la humanidad..

Un doble enfoque que me gusta subrayar practicando también con este otro ejercicio: "Contempla un cuadro al óleo, fija tu mirada en una pincelada y dile “existes y te veo”; luego observa el cuadro en su totalidad pero sin perder de vista ese trazo particular. Podrás comprender que cada cosa, por insignificante que parezca, tiene su lugar y su valor. Sólo es necesario adoptar la perspectiva adecuada al contemplarla." (“Lo que el corazón quiere contemplar”)

Siempre está ahí, a tu alcance, la posibilidad de centrarte en el “fueguito” con el que brilla cada ser humano. Aún el que te parezca más frío y distante, más apático o negativo, ama algo aún cuando no encuentre formas constructivas de expresar ese aliento de vida. Ama la vida o algo que percibe en ella, sea una idea abstracta o una causa concreta, sea su propia sombra o la del prójimo, cada ser humano desde que nace ama hasta sin saberlo y desde ese impulso reconoce y expande la vida que todos somos.

En las costumbres navideñas se incluyen los encuentros entre los seres queridos, tratando de olvidar diferencias para compartir afectos, se iluminan las calles para recordar que tras la noche más larga del año volverá a amanecer y se confía en que alguna estrella en el cielo nos señalará un camino de paz. Pero quizás lo más hermoso del mensaje navideño sea recordarnos que el amor ya nos habita y solo espera ser reconocido, compartido.

“Igual que el firmamento abarca a todas las estrellas y éstas, expandiendo su luz, iluminan la bóveda celeste, también a todas las criaturas, en una red de luz, un principio de amor sustenta hasta que ellas mismas se transforman en manantial de amor y más red de luminosa vida crean.” (“Lo que el corazón quiere contemplar”)

Por eso hoy, cercana la Navidad, con esta preciosa canción de Macaco y Chambao quiero hacerte llegar mis deseos de poder continuar compartiendo, ahora y siempre, la luz que ya somos.



Gracias por leerme y por tus comentarios si es que quieres compartilos. Abrazos, felices fiestas y hasta pronto,


Pepa Arcay
Coach Personal




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"En el fondo de tu corazón están esperando los sueños no cumplidos y todo el amor que aún no ha podido ser. Date permiso para vivirlos.(“Lo que el corazón quiere contemplar”) 

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2 comentarios:

  1. Muchas gracias por tus escritos y tu presencia en Twitter compartiendo tu luz siendo parte de este mar de fueguitos, sigamos encendiendo esperanza y regalando esa calidez propia de cada corazón. Un abrazo!

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  2. ¡Felices fiestas! Y gracias por compartir tanta luz. De verdad es un muy bello mensaje, que tanta falta hace, no solo en esta época, sino todo el año, toda la vida.

    ¡Abrazos!

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